jueves, 8 de agosto de 2019

La parada de los bichos

A 3 km. de Almadén de la Plata (Sevilla), siguiendo el sendero de los Molinos, se encuentra el área recreativa "La Rivera" (Localización en Google Maps, aquí), con su enorme merendero rodeado de encinas, parques con columpios, fuentes con agua de manantial... y el río Cala. Todo presidido por la bonita ermita de la Divina Pastora. A ella llegamos con idea de descansar una jornada, después de rodar 9 días seguidos, pero no imaginamos que tendríamos que quedarnos tres días rodeados de todo tipo de bichos (muchos de ellos fotografiados en su correspondiente sección).


Ya de noche, mientras preparábamos la cama, vimos que se acercaba lo que parecía una araña rarísima. Hablamos de ella en esta entrada. Nunca habíamos visto algo así, y nos provocaba mucha curiosidad. El problema es que había un montón, y todas salían del campo que nos rodeaba y se acercaban hacia nuestra cama, pues, al parecer, estábamos en su lugar de paso hacia la ermita (se ve que entraban a cenar por debajo de la puerta, pero estaban los sacos en medio). Algunas bordeaban la lona y otras se metían bajo ella. ¡Venían por todas partes! Por un momento nos vimos con los pelos de punta sacudiendo todo de manera neurótica, hasta el punto que, agitando la silla, María golpeó sin querer a una de ellas, dejándola malherida. El berrinche de la pobre María (que es muy sentida para los bichos) nos hizo calmarnos y prometernos cordura. Nosotros estábamos en su sitio: tendríamos que convivir. Y así fue.


Al poco sentimos que se movía una sombra: alguien nos observaba. Nos quedamos quietos, en completo silencio y en alerta. Durmiendo al raso eres vulnerable, por eso buscas lugares alejados de las poblaciones. Era un perro, y parecía grande. Los perros sueltos pueden ser dóciles si tienen su finca cerca, o mostrarse agresivos defendiendo un territorio. Otros son impredecibles, lo que convierte la situación en incómoda, a veces arriesgada, e incluso peligrosa. Por no decir que los perros sueltos forman manadas. Afortunadamente, este parecía solitario y temeroso. Aprovechamos la situación para ofrecerle agua y comida, mostrando nuestra posición dominante e inofensiva. Bebió un poco cuando le dejamos distancia, y al rato se marchó.
Parece que en algunas circunstancias dormir es difícil. Afortunadamente el cansancio te ayuda, y duermes. Como un cesto, de verdad. Eso sí, encerrados en el saco para que no se colaran esos... bichos.


Pasamos el día siguiente de descanso, como estaba previsto. Por la tarde, mientras montaba la ducha, María lavaba ropa en una cubeta. De pronto, dice con voz inquieta:
- "¡Erny, un jabalí!".
- "¿¡Qué!?"- Giro la cabeza y veo a María petrificada.
- "¡No! Es un cerdo. Erny, un cerdo".
- "¿Cómo que un cerdo?".
- "Pues eso: un cerdo".
Me acerqué hasta ella.
No imaginaba que el cerdo estuviera ahí... TAN ahí. ¡a metro y medio!

Se ve que mientras María estaba lavando, agachada, el cerdo se acercó sigiloso a curiosear, y cuando María le sintió, resultó estar demasiado cerca.
Ahí nos quedamos los tres, mirándonos los unos a los otros durante unos segundos. Con plena parsimonia, el cerdo dio media vuelta y marchó por donde vino. No dábamos crédito.

Tiempo más tarde, pasó un coche. Sólo podía ser de la zona, ya que no es un lugar especialmente transitado, y menos por vehículos. Le hice señas y paró. Un tipo de mediana edad y sonrisa amable me miraba bajo su gorra campera. Tenía la piel tostada y surcos marcados por incontables horas de campo.

- "¡Hola! Hemos visto un cerdo por aquí", le dije.
- "Zí", respondió con notable acento del Sur.
- "Pero que andaba suelto... ¿no será suyo?".
- "Zí", dijo asintiendo y sin dejar de sonreír.
- "Pensamos que se habría podido escapar".
- "No, ece va a zu aire".
- "También vimos ayer por la noche a un perro suelto. Parecía temeroso...".
- "Zí".
- "¿No será suyo, también?".
- "Zí".

Y sin saber qué más decirle, el hombre marchó saludando y sin perder la sonrisa.
Era Boni, propietario de unas aisladas tierras a un kilómetro de donde nos encontrábamos. Se ve que el acceso a su casa recorre la zona recreativa. Iba al pueblo. Cuando regresó tuvo el detalle de parar, presentarse y contarnos un poco de su historia mientras se fumaba un sigarrito. Resulta que el cerdo formaba parte de una piara que vendió tiempo atrás, pero ese individuo cojeaba, y el comprador lo rechazó, así que quedó como animal de compañía, campando a sus anchas por la zona. Boni decía que era un cerdo muy listo, y que cuando llegó la hora de venderlo se hizo el cojo. Lo cierto es que el bicho caminaba perfectamente. La treta funcionó.

Para cuando Boni marchó y llegó la hora de cenar, María ya venía quejándose de que se encontraba un poco rara. Después de vomitar la cena, recapitulamos y concluimos que había sufrido un corte de digestión. Bastante tiempo al sol, un ligero picoteo y una ducha fresquita, parecen ingredientes de manual. Pero no caímos en ello. Y la pobre seguía vomitando. Montamos la cama lo más rápido posible, ignorando a las arañas camello (llegaba su hora de máxima actividad), pensando que en la cama María se encontraría mejor. Pero no fue así.


Aun en la cama, María seguía vomitando, y como ya no había contenido en el estómago, todo quedaba en esfuerzos dolorosos y extenuantes. Además, era repentino: pasábamos de esta en calma... y uno se iba quedando... adormilado... y súbitamente se incorporaba. Teniendo en cuenta que los sacos estaban unidos, cada incorporación venía acompañada de un susto tremendo (adonde iba ella, irremediablemente iba yo). Por no hablar del lío en la sábana, el calor que se producía (a pesar del frío externo), o el sudor del movimiento y la tensión. La cosa no cesaba (ni los sustos), y María cada vez estaba más nerviosa (por si alguien se lo pregunta, en esas circunstancias, ni te acuerdas de las arañas). Los sonidos que producía en sus infructuosos esfuerzos, al verse amplificados por el silencio de la madrugada y el eco del valle, se tornaban monstruosos. Hasta el punto que debieron llamar la atención de dos perrazos enormes que allí se presentaron. Uno parecía un mastín negro, y el otro comenzó a acercarse demasiado, y María, aún incorporada, pudo identificar que era un gran perro de presa (una vez que muerden, no sueltan), de una raza, según supimos después, considerada peligrosa en muchos países (Fila Brasileiro). El perro, que debió percibir la desesperación de María, llegó hasta ella invadiendo la cama y, ante nuestro estupor, comenzó a lamerle la cara. María comenzó a reír entre lágrimas, soltando toda la tensión acumulada hasta el momento, liberando el miedo y dejándose curar. Acto seguido, el perrazo se tumbó a nuestros pies, y ahí pasó el resto de la noche, protegiéndonos y cuidando de nosotros, ahuyentando con su poderoso ladrido a lo que el consideraba una posible amenaza. En algún momento de la mañana debió marchar, porque cuando nos levantamos, el perro ya no estaba. Pero después volvió, y se quedó con nosotros hasta el siguiente anochecer.



Pasmos el día de relax, favoreciendo la recuperación de María, que seguía una dieta blanda. Recibimos la visita del bueno de Boni y un amigo suyo llamado Juan, que vinieron a fumar un sigarrito y a contarnos historias y curiosidades de la zona. Por supuesto, los chuchos eran suyos. Nuestra protectora era Califa, que lejos de la peligrosidad de su raza, hacía honor a su marcado instinto protector. Nos comprometimos a desayunar juntos al día siguiente, y así conocer a la encantadora mujer de Boni: Isabel, jovial y soñadora.

Esa tarde vinieron unos campistas en furgoneta. Cuando anocheció les advertimos sobre el riesgo de andar en chanclas en la zona de las arañas camello. Ella se calzó unas botas. A él no parecía preocuparle mucho el tema. Cuando vieron los primeros ejemplares, tardaron poco en meterse en la furgo y no salir hasta el amanecer ;-)

Al día siguiente madrugamos para evitar el calor y así desayunar en el pueblo con Boni, Isabel y Juan. A ellos, por su alegría y buen corazón, les dedicamos esta entrada, deseando que nuestros caminos vuelvan a encontrarse.

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